TESIS DEL Dr. MIGUEL ANGEL PAGÉS |
INTRODUCCION
Desde que Hahnemann en 1796 crea la homeopatía, método terapéutico capaz de curar de una manera suave, rápida y duradera, este se fundamentó en cuatro pilares:
El principio de la similitud existe desde la antigüedad. En el siglo V antes de Cristo, EMPÉDOCLES DE AGRIGENTO, enuncio que los semejantes son atraídos por los semejantes.
Empédocles tiene su acmé o flourit a mediados del siglo V pues se estima que nació en el 490 a. C. en la isla de Sicilia, en la antigua ciudad de Akragas, en latín Agrigento, hoy Girgenti. Vivió setenta años de modo tal que participó en forma plena del siglo de Perícles. Así, fue contemporáneo de Heródoto y de Sófocles, de Eurípides y de Protágoras, su discípulo más destacado fue Gorgias de Leontini, uno de los maestros de la sofística.
En la construcción de su filosofía, tanto como en su compleja y polifacética personalidad convergen dos corrientes de pensamiento. Por un lado los filósofos jónicos, Tales de Mileto privilegiando como principio el agua, Anaxímenes de Mileto con el aire, Heráclito de Efeso con el fuego, quienes buscando un principio universal para explicar la multiplicidad de la naturaleza exaltaban un principio sobre los otros, sea este el agua, el aire o el fuego. Por otro lado la mística órfico-pitagórica descubridora del alma como principio espiritual del hombre y su destino trascendente.
La atracción de los semejantes, principio físico, fundante de la filosofía de Empédoles, según el cual "lo semejante llama a lo semejante", y que luego va ha ser utilizado magistralmente por Platón, adquiere en Empédocles funcionalidad para explicar su teoría del conocimiento. Y así lo afirma:"Por la tierra vemos la tierra, por el agua el agua, por el éter el divino éter, por el fuego el destructivo fuego, la amistad por la amistad y la discordia por la funesta discordia".
Su teoría de la percepción, expuesta por Teofrastro, se funda en el principio de la semejanza sobre la hipótesis de que las emanaciones expulsadas por las cosas penetran en los sentidos a través de los poros, que en cada órgano son semejantes a los efluvios que debe recibir.
Este fundamento filosófico es aplicado luego de 150 años por HIPOCRATES (460-350 AC).
Para Hipócrates, la salud es la armonía perfecta de las fuerzas, su equilibrio completo. La enfermedad tiene la misión de establecer el equilibrio perturbado; por consiguiente, es una reacción de conservación. Salud y enfermedad son dos funciones que tienden al mismo fin: la conservación del individuo.
La naturaleza cura de tres modos (1):
Estos son los síntomas, esos "gritos de la naturaleza" que nos revelan el estado del cuerpo.
El médico no cura las enfermedades, debe ser "el intérprete", "el servidor" de la naturaleza. Debe también considerar todas las manifestaciones por las que la naturaleza traduce su transformación, manifestaciones psíquicas u objetivas, evidentes u ocultas.
En la enfermedad debemos considerar dos factores opuestos: la acción "morbífica"y la acción "medicatrix".
Acción morbífica
Pueden presentarse dos casos:
Acción medicatrix
Puede ser de dos tipos:
En terapéutica, el criterio es la "medida".
La medicina, dijo Hipócrates, es la medida fugaz. Aquel que la comprende tiene en ella un punto fijo, conoce el umbral en el que la realidad se hace irreal, es decir, donde los purgantes se hacen estridentes, lo mismo que algunos otros.
De este modo aplicó Hipócrates la ley de los contrarios a las enfermedades de causa conocida. La ley de la semejanza regía para las enfermedades de causa desconocida.
El observó detenidamente la Naturaleza y los fenómenos tal cual ocurren. Aplicado a la medicina creó el famoso aforismo: "Similla similibus curentur".
Este principio de la similitud fue rescatado en el siglo XVI por FELIPE TEOFRASTO BOMBASTO DE HOHENHEIN, llamado PARACELSO (1493-1541).
Paracelso es el esfuerzo medieval. De aquella época admirable y misteriosa, en la que todo se "revelaba" más que se manifestaba. Paracelso es la fuerza poderosa, viril y enérgica que agita las academias, derriba los ídolos y galvaniza los espíritus, provocando a la vez envidia y respeto, odio y amor, por la amplitud extraordinaria de sus ideas. Su obra cristaliza en cierto modo las aspiraciones de los filósofos y sabios de su época, anhelantes de poseer el supremo conocimiento del mundo y del hombre.
Una primera verdad es enunciada por Paracelso: "Igual que la enfermedad nace de la salud, la salud nace de la enfermedad."
Paracelso añade: "Por esto, hay que conocer no solamente los orígenes de la enfermedad, sino también las reparaciones de la salud. Los médicos inhábiles se apartan de la luz de la naturaleza y la oscurecen, porque toman una base que su propio cerebro les ha proporcionado siguiendo los dictados de la fantasía y sin prueba alguna de la luz de la naturaleza."
Esta luz es el gran mundo, el "Macrocosmos", cuyas relaciones de analogía con el hombre, el "Microcosmos", deben estudiarse al detalle.
De este modo Paracelso se opone de inmediato a GALENO. El enfermo no es un hombre cualquiera, es un Ser humano creado, que lleva en sí a la vez las muestras de su función y su enfermedad. En tanto que el médico quiera, por un análisis sutil o por exploraciones hábiles, conocer a su enfermo para determinar lógicamente, racionalmente, su tratamiento, se equivocará, puesto que la decisión tomada depende sólo de él mismo, el médico, y no está sujeta al control de la naturaleza. ¿Por qué no considerar al hombre (microcosmos) en sus relaciones con el universo (macrocosmos)? Así, el examinador sagaz se transforma en observador prevenido, que, recogiendo las pruebas debidas, camina hacia un conocimiento real y una terapéutica oportuna, porque se halla adaptada ahora "in numero, in pondere, in mesura", en tiempo, masa y medida, al individuo.
La naturaleza, agrega, es un gran médico, y este médico lo lleva el hombre dentro de sí.
"Si la naturaleza se defiende ella misma, curará por si sola las enfermedades. Posee, para curarlas, un método cierto que el médico ignora. Por ello, éste es únicamente el ministro y defensor de la naturaleza".
He aquí remozado el primer principio de Hipócrates, admitido por todo médico respetuoso y fiel a su observación: Natura medicatrix.
No debemos limitarnos a usar los métodos que la naturaleza emplea, no hemos de permanecer inactivos. Por esto, añade Paracelso, hay dos clases de médicos: los que se sirven solamente de métodos de defensa y los que son verdaderos sanadores dado que emplean medios curativos.
"Así pues, es necesario comprender, agrega Paracelso, que el hombre y las cosas externas mantienen cierto acuerdo o semejanza, de tal modo que concuerdan y se ayudan mutuamente (afficiunt ac admittunt), es decir, el médico debe saber que una vez que ha percibido claramente (perpexerit, erkennt) la naturaleza de estas cosas que se convienen y ayudan mutuamente, poseerá el conocimiento de la anatomía".
Comprendamos este término en el sentido de Paracelso: anatomía de la efigie, comprensión del signo manifestado, de la imagen creada en sus relaciones de analogía, porque todas las cosas son representadas (sunt effigietoe, sind gebildet).
Paracelso agrega: "El médico debe conocer la anatomía del hombre, de las enfermedades y de las hierbas."
Entendamos por anatomía la forma, la morfología del hombre, las enfermedades y las hierbas. "Entonces la Medicina hallará la concordancia de la anatomía de los seres y de las enfermedades, que son semejantes y se relacionan entre sí". Y Paracelso concluye: "Lo semejante corresponde a lo semejante".
Aquí tenemos no solamente expresado, sino explicado en su aplicación, el segundo principio de Hipócrates: Similla similibus.
Las enfermedades, según Paracelso, provienen de la transmutación. "Todo aquello que es transmutado, ha de transmutarse, poniendo atención en que las anatomías conservadas concuerdan recíprocamente. Luego, si la enfermedad sobreviene, hay que disponerlas en una u otra transmutación. Es así que las recetas deben establecer y componerse, y no como lo hacen los charlatanes, prescribiendo jarabes, triacas y otras cosas en las que no hay anatomía alguna, sino sólo fantasía pura".
El remedio ha de adaptarse al enfermo, y sólo el conocimiento de la verdadera naturaleza de la enfermedad y la observación profunda del enfermo permiten al médico determinar exactamente el remedio que curará, el que transformará al enfermo, que lo transmutará, para emplear la expresión exacta de Paracelso, la que no puede hacernos sonreír si conocemos las transmutaciones metálicas y microbianas.
Sigue diciendo Paracelso: "Ahora bien, los signos son dados únicamente después que el cuerpo y la sustancia son denotados por ellos. Por esta razón, los nombres de las enfermedades deberían imponerse con más acierto, según el método de curación: por ejemplo, la epilepsia: viridellus morbos, puesto que esta clase de epilepsia es curada por Viridellus".
¿No volvemos a encontrar aquí nuestra costumbre clínica de denominar un síndrome o las formas diferentes de una enfermedad por el nombre del remedio que les corresponde?
Llamó a las enfermedades por el nombre de los remedios que podían curarlas, a la vez que eran capaces de provocarlas. En tiempo de Paracelso el conocimiento sobre la acción de las drogas era muy elemental y precario, por lo tanto debió buscar la similitud entre los medicamentos y en las enfermedades en el llamado "principio de las signaturas".
Según este principio ciertos signos objetivos de los medicamentos, como el aspecto o el color, indican su utilidad para determinadas enfermedades. Por ejemplo la quelidonia (Chelidonium) de color semejante al de la bilis estaría indicada para afecciones hepáticas.
Si bien la idea de la similitud, como principio terapéutico natural, fue enunciada por HIPÓCRATES, fue SAMUEL HAHNEMANN (1755-1843) quién le confirió el valor de una ley natural, debido a sus trabajos experimentales con las patogenesias medicamentosas.
En el Par. 25 del Organón nos dice: " La experiencia imparcial, sin ninguna duda el único fundamento del arte de curar, nos enseña, en todos los ensayos ejecutados con conciencia, que, en efecto, el medicamento que, actuando sobre hombres sanos ha podido producir más síntomas semejantes a aquellos de la enfermedad a tratar, es el único que conviene para restablecer la salud. Este medicamento debe también realmente poseer, administrado a dosis reducida y a la dinamización atenuada convenientemente, la facultad de destruir de una manera rápida, radical y permanente, la totalidad de los síntomas de este estado mórbido, es decir, de aniquilar la enfermedad presente toda entera".
En el Par. 26 enuncia la llamada Ley de los semejantes: "En el organismo viviente, una afección dinámica más débil es extinguida de una manera durable por una más fuerte, si ésta, (de especie diferente), se le asemeja sin embargo mucho en sus manifestaciones."
Como hemos visto a través de la historia partimos de un principio filosófico para terminar con una ley enunciada por HANNEMANN como la Ley de los semejantes.
El principio general de similitud implica una concepción muy amplia de los hechos biológicos y médicos tal como ocurren en la realidad concreta.
Toda ley general no contempla casos particulares. La experiencia homeopática de más de dos siglos ha demostrado que el principio de la similitud sigue vigente pero hay aspectos de su aplicación no contemplados.
HANNEMANN en sus escritos describe dos formas de similitud, una cuantitativa y otra cualitativa. (2)
Cuantitativa
Similitud
Cualitativa
Ejemplo de la primera es cuando nos dice: "el remedio que ha podido producir más síntomas semejantes a aquellos de la enfermedad a tratar es el único que conviene"
Aquí podemos ver que estamos ante una idea cuantitativa de la similitud.
En otros escritos afirma que la similitud debe ser referida a "los síntomas más llamativos, inusitados, raros, peculiares y característicos, tanto del enfermo como del medicamento".
En este último caso estamos en la presencia de una similitud cualitativa.
Es decir, ya no será más semejante aquel medicamento que presente similaridad con la mayor parte de los síntomas sino con aquellos que son más característicos. Es lo que actualmente conocemos como "totalidad característica", por constituir el núcleo fundamental de la constitución psicofísica del paciente.
Esta idea de la similitud cualitativa la expresa claramente en el Par. 153 del Organón:
"La comparación del conjunto de síntomas de la enfermedad natural con la lista de síntomas patogenéticos de medicamentos bien experimentados, es útil repetirlo, es la condición sine qua non para encontrar entre estos últimos una potencia farmacodinámica semejante al mal a curar. Pero es necesario sobre todo y casi exclusivamente, en la búsqueda del remedio homeopático específico, referirse a los síntomas objetivos y subjetivos característicos más llamativos, más originales, más inusitados, más personales. Son ellos principalmente los que deben corresponder a los síntomas muy semejantes del grupo perteneciente al remedio a encontrar para que este último sea el que convenga mejor a la curación"
" Al contrario, los síntomas comunes y vagos, como los malestares, el cansancio, el dolor de cabeza, la falta de apetito, un mal dormir, etc., merecen poca atención, sea a causa de su carácter banal e impreciso, sea también porque se los encuentra en casi todas las enfermedades y en casi todos los medicamentos".
Antes de continuar con los diferentes criterios de similitud debemos hacer hincapié que la "Ley de los semejantes" postulada por Hahnemann tubo su origen en las llamadas Patogenesias.
El creador de la homeopatía, decepcionado de la medicina de su tiempo, que sólo administraba purgantes drásticos, vomitivos, sangrías y otros métodos violentos a los enfermos, halló que todos ellos carecían de un fundamento lógico, racional, que eran aplicados en forma totalmente empírica y que no se sustentaban sobre ninguna base cierta.
En el año 1790, en la ciudad de Stoeteritz, mientras traducía la "Materia Médica" del médico escocés William Cullen, no concuerda con el autor en la descripción que éste hace de las propiedades de la China officinalis o corteza de quina del Perú, a la que atribuye una acción específica contra la fiebre palúdica en cualquiera de sus formas, lo cual contradice la propia experiencia de Hahnemann. En conocimiento de que muchos de los enfermos sometidos a la acción de esta droga experimentaban síntomas que no padecían anteriormente, sin haber curado su paludismo y sabiendo que muchos de los enfermos palúdicos curados con quina desarrollaban síntomas muy semejantes a los de dicha droga, decide investigar por su cuenta. Durante semanas ingiere 4 dracmas de quina, equivalentes a 13 gr. por día, encontrándose en buena salud, hasta que empieza a experimentar síntomas muy semejantes a los que él mismo había padecido un año antes y semejantes también a los que presentaban los pacientes curados con quina.
Extrajo de allí la conclusión de que un remedio que, experimentado en el hombre sano provoca determinados síntomas, es capaz de curar en el enfermo las enfermedades naturales con síntomas semejantes. Hahnemann anotó cuidadosamente los síntomas que experimentaba y así surgió la primera patogenesia.
En los Par. 121 a 142 del Organón, Hahnemann expone los requisitos indispensables para realizar las patogenesias. Estas siguen un método riguroso e invariable, para que sean fiel expresión del lenguaje de la naturaleza. Estos requisitos se refieren a las personas que son objeto de experimentación, a los medicamentos que se han de usar en las pruebas y al registro de los síntomas recogidos en ellas. (3)
Las personas que intervienen en las pruebas se denominan experimentadores. Estos deben ser de ambos sexos, clínicamente sanos o exentos de enfermedad en actividad, deben ser el mayor número posible (100 es el ideal) para que la droga pueda manifestar todos sus efectos en el conjunto de sujetos a prueba. Ninguna sustancia es capaz de producir todos sus síntomas específicos en un solo individuo sino que desarrolla toda su actividad patogenética en numerosos sujetos de diversa sensibilidad o susceptibilidad.
Las mejores observaciones que se pueden obtener de los cambios que los medicamentos pueden producir en el hombre sano serán siempre aquellas que experimente una persona que goce de buena salud, exento de preocupaciones y con capacidad para analizar sus propias sensaciones. Estas personas deberán tener un cierto nivel de inteligencia y de cultura como para poder describir con precisión y claridad las sensaciones que experimentan y, en lo posible, hacerlo por escrito. Durante el tiempo que dure la prueba deberán llevar una vida tranquila de cuerpo y espíritu, evitando entregarse a trabajos penosos o excesivos o a pasiones desordenadas. Ninguna preocupación grave deberá impedirles que puedan ejercer una observación minuciosa de lo que está ocurriendo en el organismo. Su dieta alimenticia será además, moderada, a base de alimentos simples que sólo sean nutritivos, evitando alimentos o substancias con propiedades medicinales que puedan perturbar los resultados de la acción del medicamento.
En lo que respecta a los medicamentos que se han de experimentar, Hahnemann distingue tres clases entre ellos:
Para los del primer grupo basta que sean administrados a dosis poco elevadas para que produzcan su efecto aun en las personas más robustas. Los del segundo grupo requieren, en cambio, dosis más elevadas. Los del tercer grupo, en sujetos que, además de ser sanos, "tengan una constitución delicada, irritable y sensible".
Las substancias a experimentar deben ser puras, auténticas, bien conocidas y con toda su energía. Cada sustancia debe ser probada sola y en estado de pureza, evitando cuidadosamente mezclarla o asociarla con ninguna otra y guardándose el experimentador de ingerir ningún medicamento para que se puedan observar los efectos sin ninguna interferencia. Si se trata de plantas, deben ser preparadas según su procedencia; si son autóctonas, se exprime su jugo y se mezcla con alcohol; si son extranjeras o exóticas se las pulveriza o se prepara con ellas una tintura alcohólica. En los casos en que la planta se halla en estado seco, se la administra en forma de infusión.
La experiencia ha demostrado que las substancias medicamentosas no manifiestan la totalidad de su poder cuando se las administra en estado natural, sino cuando han sido sometidas a un alto grado de dilución y de dinamización, por medio de los procedimientos de trituración o de sucusión, los cuales despiertan en dichas substancias una actividad medicamentosa insospechada. Por eso, muchas substancias que en estado natural son completamente inertes, se han revelado, por estos métodos de preparación, su intenso poder terapéutico, tales como Silicea, Lycopodium, Natrum muriaticum, Calcárea carbónica, etc.
La forma de administración que se recomienda como la más adecuada consiste en tomar durante muchos días seguidos cuatro o seis glóbulos impregnados en la 30 CH dilución de una sustancia, disueltos en un poco de agua e ingeridos en ayunas. Si esta dosis produce efectos muy débiles, se puede aumentar la cantidad de glóbulos cada día hasta que se observe un cambio. Siempre hay que tener presente que la susceptibilidad del sujeto experimentados es un factor estrictamente individual.
En cuanto al efecto morboso que provocan los medicamentos, conviene distinguir entre los síntomas desarrollados por ellos y el orden de sucesión en que aparecen dichos síntomas. Si desde un principio y por primera vez se ha administrado una dosis demasiado fuerte, se tiene la ventaja de que los síntomas se suceden en forma clara y evidente y así se los puede anotar con exactitud. Los mismos efectos se pueden obtener con dosis débiles en sujetos sensibles. En cambio, cuando se dan dosis progresivamente mayores de un medicamento, se obtiene una idea clara de los síntomas que este desarrolla, pero no de su sucesión.
Este fenómeno se debe a que cada dosis más fuerte cura alguno de los síntomas producidos por la dosis anterior o provoca síntomas opuestos. Conviene repetir las experiencias en este último caso e investigar si ello se debe a una reacción del organismo o a un efecto alternante del medicamento. Las dosis masivas deben ser semejantes a las que se emplean para el tratamiento de las enfermedades en la práctica diaria, según lo aconsejado por la Farmacología. Si no provocan ningún efecto, la dosis debería ser duplicada cada día. Con los remedios de poca acción o débiles, se puede repetir la dosis varias veces por día.
Numerosas drogas tienen a dosis masivas, efectos semejantes, tóxicos, tales como náuseas, vómitos, diarrea, etc. Y producen síntomas que pueden ser comunes a muchas substancias.
La Materia Médica obtenida por este procedimiento es prácticamente de tipo toxicológico. Hahnemann observó que con pequeñas dosis se pueden obviar respuestas violentas, no se excitan síntomas inmediatos muy marcados y que, en cambio, se desarrollan fenómenos muy diferentes y cuadros sintomáticos muy detallados y característicos. Más adelante experimentó con altas diluciones y dinamizaciones de drogas, recomendando al respecto la potencia 30 CH. Posteriores investigadores usaron más altas potencias tales como 200 y MC. Se pudo comprobar entonces que estas últimas producen síntomas más profundos cuanto más altas son, especialmente de índole psíquico.
Cada medicamento produce síntomas que le son propios en una persona dada, pero no los desarrolla en forma simultánea, sino sucesivamente; ni estos síntomas se ponen de manifiesto en el curso de una misma experiencia. El común de los síntomas no se ponen de manifiesto a las mismas horas en todos los casos. Cuando así ocurre significa que se está ante una modalidad horaria del medicamento. Sólo se tiene la seguridad de los síntomas que un remedio tiene la facultad de desplegar en los experimentadores cuando éstos, en un segundo ensayo, observan los mismos síntomas que antes o con el agregado de algunos pocos nuevos.
Con respecto al registro de los síntomas padecidos por los experimentadores, es necesario que éstos describan las " sensaciones, incomodidades, accidentes y cambios" en el mismo momento en que los sientan, teniendo especial cuidado de anotar el tiempo que ha pasado entre la administración del medicamento y la aparición de cada síntoma, así como las diversas modalidades de cada uno de ellos, en lo que se refiere al horario, posición, movimiento, influencia de los cambios atmosféricos, hábitos fisiológicos tales como el comer, defecar, respirar, funciones sexuales, menstruación, etc.
Todas las exposiciones son fielmente anotadas y recogidas en forma ordenada, según un plan preestablecido, en el mismo lenguaje empleado por cada experimentador.
|
indice | portal Homeopático |